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La trampa del "tener": reflexiones sobre como la sociedad nos impulsa a comprar y acumular

  • Foto del escritor: PACO DE MARTÍNEZ
    PACO DE MARTÍNEZ
  • 22 abr
  • 4 Min. de lectura

La arquitectura misma de la sociedad moderna parece diseñada para fomentar un ciclo perpetuo de deseo y adquisición. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, la sociedad contemporánea nos bombardea con un mensaje incesante: la felicidad reside en la adquisición. Los escaparates luminosos de los centros comerciales, las vallas publicitarias que adornan nuestras carreteras, los anuncios que interrumpen nuestros programas favoritos y el flujo incesante de promociones que inundan nuestros dispositivos digitales convergen en una única y poderosa directriz: "más es mejor".


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Se nos vende una ilusión seductora, la promesa de que la felicidad, el éxito y la tan anhelada aceptación social se encuentran a tan solo una compra de distancia. Se nos persuade de que el último modelo de teléfono inteligente nos conectará de manera más efectiva, que el coche más potente nos otorgará libertad y estatus, que la ropa de diseño nos conferirá confianza y atractivo. Esta narrativa, profundamente arraigada en los cimientos de nuestra cultura de consumo, nos empuja a una búsqueda continua y, a menudo, frenética de bienes materiales. En esta carrera por acumular, frecuentemente sacrificamos aspectos fundamentales de nuestro bienestar: nuestra estabilidad financiera se ve comprometida por deudas innecesarias, nuestro valioso tiempo se consume trabajando para adquirir objetos que apenas utilizamos, y nuestra paz mental se erosiona bajo el peso de la comparación y la insatisfacción perpetua.


La publicidad emerge como un actor protagonista en nuestras vidas. Con una maestría sutil y persuasiva, los profesionales del marketing tejen narrativas convincentes que asocian productos con nuestras aspiraciones más profundas. Un anuncio de un coche deportivo no vende simplemente un medio de transporte; vende la promesa de aventura, libertad y un cierto estatus social. Un anuncio de un cosmético no ofrece solo un producto de belleza; vende la ilusión de confianza, atractivo y aceptación. Un anuncio de un dispositivo tecnológico no promociona solo una herramienta de comunicación; vende la promesa de conexión instantánea y progreso incesante. Estas asociaciones, aunque a menudo superficiales y creadas artificialmente, calan profundamente en nuestro subconsciente, generando una sensación de necesidad donde, en realidad, solo existe un deseo cuidadosamente inducido. El influyente sociólogo francés Jean Baudrillard, en su análisis de la sociedad posmoderna, argumentó que hemos pasado de una sociedad basada en la producción a una sociedad basada en el consumo de signos, donde el valor simbólico de los objetos supera con creces su utilidad práctica.


Otro poderoso motor que alimenta la trampa del "tener" es el fenómeno de la obsolescencia, que se manifiesta en dos formas insidiosas: la planificada y la percibida. La obsolescencia planificada es una estrategia empresarial deliberada que consiste en diseñar productos con una vida útil limitada. Ya sea a través de la utilización de materiales de baja calidad, la dificultad de reparación o la incompatibilidad con futuras actualizaciones, los fabricantes buscan activamente que sus productos dejen de ser funcionales en un período de tiempo relativamente corto, obligando a los consumidores a reemplazarlos con frecuencia. Esta práctica, aunque perjudicial para el medio ambiente y para nuestros bolsillos, se ha normalizado en muchos sectores de la industria.


Por otro lado, la obsolescencia percibida opera en el ámbito de la moda, la tecnología y las tendencias. A través de la constante introducción de nuevos estilos, modelos y funcionalidades, los productos existentes se presentan como anticuados o indeseables, incluso si aún cumplen perfectamente su función original. La presión constante por estar a la última, por poseer lo más nuevo y lo más moderno, genera un ciclo de consumo sin fin. La satisfacción que obtenemos de una nueva adquisición es fugaz, rápidamente eclipsada por el anhelo de la siguiente novedad. Nos encontramos atrapados en una cinta de correr hedonista, donde la búsqueda constante de placer a través del consumo nunca alcanza una satisfacción duradera.


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La era digital, con el auge de las redes sociales como escaparates virtuales de vidas cuidadosamente curadas, ha exacerbado significativamente la tendencia a la comparación social. Las vidas idealizadas que se presentan en línea, a menudo adornadas con posesiones materiales y experiencias lujosas, pueden generar sentimientos de insuficiencia y la necesidad de "ponernos al día" a través del consumo. La constante exposición a los "logros" materiales de otros alimenta un ciclo de envidia y deseo, donde buscamos la validación externa a través de la acumulación de bienes. Esta dinámica, como señala la psicóloga social Jean Twenge en sus estudios sobre la Generación Z y los millennials, puede tener un impacto significativo en la salud mental y la satisfacción vital.


Nuestras interacciones en línea son constantemente monitoreadas y utilizadas para dirigirnos publicidad personalizada, intensificando aún más la presión para consumir. Esta dinámica insidiosa puede tener un impacto significativo en nuestra salud mental, erosionando nuestra autoestima y disminuyendo nuestra satisfacción vital al fomentar una constante sensación de "no tener suficiente".


En última instancia, la trampa del "tener" nos aleja de lo que realmente importa: las relaciones significativas, las experiencias enriquecedoras, el crecimiento personal y la contribución a nuestra comunidad. Nos enreda en una búsqueda vana de una felicidad efímera, atándonos a un ciclo de trabajo, compra y desecho que agota nuestros recursos y nuestra energía.


Reconocer los mecanismos de esta trampa es el primer paso crucial para comenzar a desmantelarla y construir una vida más intencional y liberadora.



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